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La primera faena

La primera faena

Enviado por Fco Álvaro Ruiz de Guzmán-Moure el 25-07-2011

La mañana era fría. Ese fue mi primer pensamiento cuando mi padre me agitó el brazo para despertarme, tarea poco fácil con un marmota como yo, y más con el poco aguante que atesoraba a mis 6 años. 
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La mañana era fría. Ese fue mi primer pensamiento cuando mi padre me agitó el brazo para despertarme, tarea poco fácil con un marmota como yo, y más con el poco aguante que atesoraba a mis 6 años. El primer contacto del agua fría con mi cara me sacó de un profundo sueño que se me marchó en cuanto comprendí que ese día iba al «puesto» en vez de a clase. Me vestí en la salita mientras mi padre hacía lo propio y iba apañando la escopeta, portátil, tanto, asientos… Una vez bien abrigado me permitió salir a la terraza, no sin antes haber ensayuelado a «Finito», por aquel entonces dueño y señor del altar en nuestro no demasiado extenso jaulero.

Me permitió bajarlo hasta el coche, mientras él cargaba con los demás trebejos, algunos de los cuales dejaba en el coche durante toda la época de caza. Me acurruqué en el asiento delantero, pero ya mis nervios hacían mella en mí, impidiéndome descansar más hasta que no regresásemos del «puesto». Llegamos a la gasolinera y, a los cinco minutos, hicieron acto de presencia Matías, Carlos, Paco y algún componente más de la cuadrilla. Ya en el coche de Carlos íbamos a desayunar al mismo bar de siempre, en la carretera entre Málaga y Cádiz. No me agradaba mucho el sabor del Cola-Cao de bar, así que algunos puestos los pasaba prácticamente «en ayunas», lo que hacía desesperar al autor de mis días, que no conseguía, por más paciencia que le ponía, convencerme de la importancia de estos desayunos.

En el camino a la finca observamos por los conos ondeados en mástiles a ambos lados de la carretera, que el viento era de los de muy padre señor mío… mal asunto en esto del cuco. Pasamos la mañana hablando con gente de la finca, fuimos a almorzar… pero yo veía que se me escapaba mi «puesto», así que a pesar del viento, la negativa de mi padre, los abundantes buitres aquel día… insistí en llevarlo a cabo. Mi padre habla con los demás, y quedan de acuerdo en esperarnos, viendo mis ansias por aprovechar uno de los contados días en los que iba al puesto aquellos primeros tres o cuatro años. Viendo el viento, mi padre con «Finito» a la espalda y yo detrás con la única carga del tanto y mi asiento, nos dirigimos a una zona algo resguardada de la desagradable furia de Eolo.

Como siempre, mi padre me ordena quedarme sentado en el asiento al lado del futuro puesto, mientras él lo va elaborando. Antes de hacerle los últimos retoques al tanto, me ordena meterme y sentarme en el puesto viendo como coloca a «Finito», con suavidad y tocándole los pitos, cosa ya poco necesaria para tan cualificado pájaro. Cuando llega, me echa la manta por encima y me ordena silencio absoluto, mientras ya se escuchaba a «Finito» proclamando su presencia a pesar del viento y los buitres que sobrevolaban la zona. A los veinte minutos de estar dando caña, le contesta un macho algo lejano, según me dijo mi padre. A los cinco o diez minutos ya estaba yo enfundado en la manta en el suelo, y en el mundo de mis sueños, mientras que el macho se iba acercando con más pretensiones de expulsar a aquel desconocido que osaba invadir sus querencias.

Mi padre dice que cuando el pájaro entró, se le presentó un dilema cuanto menos curioso… Despertarme arriesgándose al ruido causado, aguantar el sonido de mi leve pero, en el silencio del campo, sonora respiración… Decidió lo segundo, por lo que, cuando retumbó el tiro, mi bote fue de los de antología… seguido de un precipitado interrogatorio sobre lo sucedido, pero mi padre me mandó callar debido a la cercanía de la hembra. «Finito» ya realizaba el entierro, cuando escuchamos, a no más de tres pasos del puesto, un «CHOCÓCHOCÓ» de los que te dejan helado y en la indisposición de articular movimiento alguno debido a su sobrecogedora ronqueza. No más de diez segundos después vemos cómo se dirige a rendir cuentas con «Finito», mas en su camino, al tropezar con el difunto… se dedicó a arrastrarlo, a picotazos, hasta casi el exterior de la plaza, algo que ni mi padre podía explicarse. Una vez hecho esto, se dirigió a buscar subida al tanto, mas no la encontró. Después de diez minutos de rifa con «Finito» mi padre no tuvo más remedio que tirar, dejando en el suelo al pájaro con mejor canto que en mi vida habré de escuchar, y que nueve años después aún recuerdo cada vez que llega una nueva temporada, plagada de ilusiones, de encontrar algún campero que consiga ponerme los pelos de punta, como aquel que lo hizo durante mi primera gran faena.


Fco Álvaro Ruiz de Guzmán-Moure


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